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Tenían mayor pureza en el procedimiento, y en vez de ascender a Dios por la razón, al modo de los alejandrinos, o por la admiración a la obra divina, amando a Dios en sus creaciones con la ternura de San Francisco de Asís, se sublima sólo por ministerio del amor. Santa Teresa compadecía a Luzbel, el ser más desgraciado, porque no podía amar.
En realidad no confesaba génesis, porque no representó ningún proceso filosófico, sino un arranque pasional cuyo oleaje llegó a acariciar un momento las playas de la filosofía.
Bejarano Méndez, Manuel. "El misticismo y los místicos" Cap. XIV, en: Historia de la filosofía en España. Artículo completo en la web:
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