El Pelotón (Sergio Sant `Anna)



Para Du. Por su plática sobre "la autoridad" en la noche del jueves


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El Pelotón*


Este texto está dedicado a Primoz Kosak,
por algunas disusiones interesantes. Y a
Fernando del Paso, nolvelista de México,
por su bondad en aclararme que, en los
fusilamientos, se busca el corazón como
blanco y no los ojos de prisionero.

Iowa, City, 1971

El pelotón se despertó más temprano, con el toque de alba, a las cinco de la mañana.
Había una misión especial para los hombres y ellos estaban tan habituados a reaccionar a los toques de corneta y sus significados, que no les tomó más que unos segundos levantarse. Las camas de hierro iguales y simétricamente alineadas y ostentando, cada una, el retrato de la misma mujer desnuda y rubia y con senos enormes y una sonrisa de dientes perfectos. La mujer desnuda les sonreía y los oficiales consideraban que los hombres mercían esta distracción.
Los hombres se dirigieron inmediatamente después a los baños. Se cepillaron los dientes y se dieron un baño frío de regadera. Luego arreglron las camas, el uniforme y el equipo. Las botas tendrían que "brillar como espejo", según el sargento, qeu acostumbraba escupir en las botas mal boleadas. Pero el sargento rara vez escupía en los hombres del Pelotón. Era el grupo de élite de la tropa y difícilmente cometían errores. El Pelotón Especial, o, simplemente, el Pelotón.
Los hombres boleaban las botas, pulían las hebillas y otros metrales del uniforme. Cada uno, ahora, seguía un itinerario diferente: eran libres en esto. Pero inmediatamente después todos estaban concentrados en la tarea más importante de esta alborada: preparar los fusiles. En el dormitorio se escuchaba todo tipo de clic. Los hombres limpiaban los fusiles, colocando meticulosamente las balas. El Pelotón estaba vigilante y tenía una misión que cumplir.
Cuando el sargento entró en el dormitorio, los hombres ya se encontraban preparados y alertas. Por hábito, solamente, porque el Pelotón casi nunca ostentaba fallas, el sargento vigiló los cuatro rincones del dormitorio. Pero el sargento vio solamente le piso encerado y brillando y las camas impecables con sus colchas blancas. El sargento media el silencio por la posibilidad de oír nítidamente el canto de los pájaros, pero le gustaba verificar, al oír su canto, el silencio y la paciencia disciplinada de los hombres.
El sargento ordenó a los hombres que formasen una fila en la puerta del dormitorio y que después marchasen. El sargento y los hombres amaban el ruido rítmico de las botas al pisar los corredores vacíos del cuartel. El sargento no tenía interés por los pájaros, pero lo gustaba verificar, al oír su canto, el silencio y la paciencia disciplinada de los hombres.
El sargento ordenó a los hombres que formasen una fila en la puerta del dormitorio y que después marchasen. El sargento y los hombres amaban el uido rítmico de las botas al pisar los corredores vacíos del cuartel. Siguieron marchando y entraron al patio cuando empezaba a amanecer. El sargento gritó "alto" y los hombres se detuvieron, golpeando el piso. los hombres se detuvieron, golpeando el piso. Los hombres permanecieron saludando, mientras el sargento entregaba el Pelotón al teniente.
El teniente lanzó una mirada crítica a los hombres, pero no había nada de qué quejarse. A pesar de la brisa fría, los hombres no tembalaban n i demostraban sentir el peso de los fusiles. El teniente dio entonces una orden, hablándole bajo al sargento. El sargento se cuadró y dijo "si señor", al marchar fuera del patio.
El prisionero entró al patio, acompañado por el sargento y dos carceleros armados. El prisionero usaba sandalias y un pantalón demasiado ancho y una camisa fina, blanca y sucia. El prisionero tenía la barba y el pelo crecidos. El prisionero, a pesar de la luz todavía incipiente de la mañana, no lograba mantener los ojos bien abiertos. El prisionero venía de la oscuridad de muchos días. El prisionero no sabía si marchaba, como el sargento y los carceleros, o si simplemente caminaba, como un civil. El prisionero era ridículo para los hombres del Pelotón. El prisionero había sido un profesor, aunque los hombres del Pelotón no conocían su identidad. El Pelotón sabía apenas que el prisionero era ridículo y temblaba y que probablemente ensuciaba los pantalones.
El prisionero fue llevado hasta el muro del patio y los hombres del Pelotón lo acompañaban con los ojos, sin mover la cabeza. El sargento y los carceleros dejaron al prisionero junto al muro y se alejaron, confabulando. El prisionero tenía el rostro volteando hacia el Pelotón y pestañeaba contra el sol de la mañana. El Pelotón fijó al prisionero frente al sol, para no estropear la puntería.
Vino el sargento, le vendó los ojo al prisionero y se alejó nuevamente. El Pelotón no pensó que el prisionero había visto la luz por última vez. El Pelotón no tenía por costumbre divagar durante las misiones: sólo las cumplía.
El prisionero no parecía, ahora, un profesor: el prisionero parecía inseguro como un ciego. El Pelotón no sabía que el prisionero había sido un pfresor o algo. El Pelotón sólo sabía que el prisionero era parecia un prisionero. El Pelotón despreció, por algunos segundos, al prisionero y su miedo, pero regresó después, a una expectativaa de rutina. El Pelotón no pensó que el prisionero demostraba cierto valor, con tanto miedo. El Pelotón jamás sentía miedo.
El Pelotón recibió órdenes de "preparar armas".
El Pelotón recibió órdenes de "apuntar".
El Pelotón oyó, al fondo, por detrás de sí mismo, el redoblar de un tambor. El Pelotón apuntó al corazón de prisionero. El Pelotón no pensó, ni por un instante, en equivocar los tiros, dirigiéndose inofensivamente al muro. El Pelotón siempre cumplía con precisión sus misiones y el muro del patio no tenía marcas anteriores de tiros perdidos. La superficie del muro era lisa, continua y limpia.
El Pelotón oyó el redoble más fuerte del tambor.
El Pelotón recibió la orden: ¡Fuego!
El Pelotón disparó tan simultáneamente que se escuchó un solo tiro. El tiro del Pelotón alcanzó impecablemente el corazón del prisionero. El Pelotón verificó, mientras el prisionero caía, que existía un gran agujero rojo sobre su pecho. El Pelotón ni siquiera sintió asco.
El Pelotón recibió órdenes de bajar armas y descansar, mientras dos soldados, en uniforme de limpieza, entraron al patio empujando un carrito de mano con un balde lleno de agua. El cadáver del prisionero fue puesto en el carrito y los soldados limpiaron la sangre del piso. El Pelotón recibió órdenes de marchar rumbo al comedor. El sol era más fuerte, ahora, sobre los tejados del cuartel, calentando a los hombres del Pelotón. Se llevaron el cuerpo del prisionero, y el patio ahora, después de la limpieza, permanecía higiénico y vacío, como si nada hubiese ocurrido.
El Pelotón entró al comedor y recibió órdenes de sentarse y descansar a discreción. El Pelotón se dio cuenta de que el desayuno estaba mejor, como en una fecha conmemorativa. Pero el Pelotón se alegró al ver chocolate y no el café de siempre. Y pan dulce en lugar de bolillo.
El Pelotón mantuvo su alegría austeramente bajo control.


Sergio Sant`Anna.
Traducción de Valquiria Wey
Publicado originalmente en: Notas de Manfredo Rangel, repórter (a respeito de Kramer), Río, Bertrand, 1991.

*Nota: las imágenes, obviamente, no estaban en el texto. La transcripción y la búsqueda de imágenes en la web, corrió por mi cuenta

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